DEFINICIÓN
cuenta un hecho ocurrido en un tiempo y una acción determinados.Es la narración del suceso como ocurrió, desde el principio hasta el fin; a menudo son narrados por testigos presenciales o contemporáneos y en primera o tercera persona.
Una crónica, entonces es la fotografía de lo que ocurrió en la vida de la las personas o comunidades; puede desglosar la desdichas, alegrías, fracasos, triunfos.
ETIMOLOGÍA:
la palabra crónica viene del latín chronica, que a su vez se deriva del griego kronika biblios, es decir, libros que siguen el orden en el tiempo.
Se deriva de la voz griega cronos, tiempo.
CARACTERÍSTICAS
- SE UTILIZA UN LENGUAJE CLARO, SENCILLO Y CONCISO.
- ADMITE UN LENGUAJE LITERARIO CON USO REITERATIVO DE ADJETIVOS PARA HACER ÉNFASIS EN LAS DESCRIPCIONES. USA RECURSOS ESTILÍSTICOS: LA COMPARACIÓN, LA METÁFORA, LA IRONÍA, LA PARADOJA; INCLUSO LA HIPÉRBOLE.
- EMPLEA VERBOS DE ACCIÓN Y PRESENTA REFERENCIAS DE TIEMPO Y ESPACIO.
- LLEVA CIERTO DISTANCIAMIENTO TEMPORAL A LO QUE SE LE LLAMA ESCRITOS HISTÓRICOS.
- SE PUEDEN REDACTAR ESCRITOS TOMANDO LAS OPINIONES DE VARIAS PERSONAS PARA SABER SI ESTO ES CIERTO O NO.
- LAS CRÓNICAS SON TAMBIÉN UN GENERO PERIODÍSTICO
CLASES
- crónica informativa: el cronista informa sobre un suceso sin omitir opiniones.
- crónica de opinión: el cronista informa y opina simultáneamente.
- crónica interpretativa: es la que ofrece los datos informativos esenciales, interpretaciones y juicios del cronista.
- Crónica épica: narración de acontecimientos de tipo histórico o legendario (batallas o guerras)
- crónica costumbrista: su rasgo distintivo es la cronología totalmente realizada, en donde el dialogo casi siempre es picaresco y de critica social.
- crónica noticiosa: da a conocer un hecho trascendente para uno ovarios países. Se trata de relatos para periódicos y revistas especializadas.
- Crónica autobiográfica: es la narración personal de la vida propia como proceso ordenado, en que se citan una lógica temporal, un relato de hechos y una versión de sucesos consumados.
La Crónica, tal como se explicó, consiste básicamente, en narrar un hecho a la vez que se va juzgando, es decir, el redactor a la vez que informa, pone su apreciación, su versión sobre lo que relata. Es el género periodístico que, para lograr un mayor brillo, se le puede intercalar breves frases literarias como:
- Metáforas: Son figuras literarias que consisten en trasladar el sentido recto de las palabras en otros figurados. Ejemplos: «Las perlas del rocío»; «Oscuro como boca de lobo».
- Metonimia: Figura literaria que consiste en designar a una cosa con el nombre de otra, tomando el efecto por la causa o viceversa. Ejemplos : «La señora que peina canas» por mujer anciana; «Leer a Vallejo» por leer los poemas de Vallejo.
- Sentencias: Son refranes de la sabiduría popular que contienen moralejas y que son ampliamente conocidos por el público. Ejemplos: «Quien a hierro mata a hierro muere»; «Más sabe el diablo por viejo que por diablo».
EJEMPLOS
Ay, Mi Padre
Crónica desventurada de un cronista aventurero.
Crónica desventurada de un cronista aventurero.
Escribe ENEAS MARRULL
Yo suelo quedarme muy asombrado cuando encuentro muchachos y chicas que dicen muy sueltos de huesos que sus padres jamás les pegaron porque, que yo recuerde, mi padre jamás dejó de pegarme.
La primera tanda que recibís se pierde en la noche de los tiempos. Y probablemente fue por alguna inocente travesura que cometí cuando todavía gateaba y solía mirar por debajo de la falda a una tal señorita Hortensia.
Pero la primera cueriza, que todavía me duele, fue cuando me puse a escribir unos versos al estilo de Bécquer. Mi padre, un auténtico héroe civil en la lucha contra el infortunio, pertenecía a esa nefasta raza de hombres nacidos para trabajar hasta el sacrificio, y no contento con eso pretendía hacernos herederos de esa obsesión diabólica. Como es fácil deducir temió que me dedicara a poeta (lo cual en su diccionario era sinónimo de ocioso) y decidió liberarme de la seducción de las aladas musas a trompada limpia. A sí, de esta expeditiva manera, la lengua castellana perdió tal vez a uno de sus más preclaros vates.
Otra golpiza, que tuvo los efectos de un terremoto devastador, ocurrió cuando -infeliz de mí!- le comuniqué entusiasmado que me había matriculado en una academia de teatro. Una soberana paliza me convenció, con argumentos sólidos y contundentes, que no había nacido para los aplausos del público culto y exigente.
Otra zurra feroz me acometió como un huracán endemoniado cuando tenté el género epistolar, estimulado por las turbulencias románticas de mi febril adolescencia. La apasionada carta, escrita en una noche de insomnio y de suspiros cayó en manos del enemigo por la vil traición de un primo rival que, ¡gracias a Dios!, aún escribe con faltas de ortografía. El hecho es que subí contrito y cabizbajo al cadalso a recibir la pena máxima: cuarentaitantos latigazos que me hicieron hervir la sangre no precisamente de pasión. En el Código Penal de mi padre estaba claramente estipulado que mis catorce años no eran edad suficiente para aventurarme en los lances de Cupido. Y, aunque esa vez Marte venció a Venus, no fue para siempre. Pero la historia perdió un Casanova nato, cuyas aventuras hubieran sido la delicia de generaciones.
Y así, entre tanda y tanda, iba pasando la vida entre el terror y la zozobra, porque, por alguna falla cósmica, yo tenía la cabeza muy dura: no podía enmendar los errores que me hacían acreedor a esos contundentes premios en la desdichada rifa de mi necia fortuna.
Mi padre era, evidentemente de la escuela antigua. Alguna vez le oí decir que la letra con sangre entra. Quizá ese haya sido el motivo por el que aprendí a leer en un santiamén a muy temprana edad. Otro de sus postulados era la lacónica ley taliónica: «El que a hierro mata a hierro muere», que me aplicaba generalmente cuando pegaba a mis hermanos. Pero lo que realmente distinguía a mi padre de otros padres castigadores y severos era su exquisito sentido de la prevención del delito: a veces pegaba por adelantado, por lo que pudiera hacer cuando él se ausentaba.
Muchos años después de estos cataclismos, y contento de haber sobrevivido, veo en lontananza con cierta ternura lo que antes vi con terror: el estricto cumplimiento del deber de un padre aferrado a sus circunstancias y a su tiempo. Menos mal que no tengo hijos en quienes practicar esa rígida y efectiva disciplina felizmente en vías de extinción.
Yo suelo quedarme muy asombrado cuando encuentro muchachos y chicas que dicen muy sueltos de huesos que sus padres jamás les pegaron porque, que yo recuerde, mi padre jamás dejó de pegarme.
La primera tanda que recibís se pierde en la noche de los tiempos. Y probablemente fue por alguna inocente travesura que cometí cuando todavía gateaba y solía mirar por debajo de la falda a una tal señorita Hortensia.
Pero la primera cueriza, que todavía me duele, fue cuando me puse a escribir unos versos al estilo de Bécquer. Mi padre, un auténtico héroe civil en la lucha contra el infortunio, pertenecía a esa nefasta raza de hombres nacidos para trabajar hasta el sacrificio, y no contento con eso pretendía hacernos herederos de esa obsesión diabólica. Como es fácil deducir temió que me dedicara a poeta (lo cual en su diccionario era sinónimo de ocioso) y decidió liberarme de la seducción de las aladas musas a trompada limpia. A sí, de esta expeditiva manera, la lengua castellana perdió tal vez a uno de sus más preclaros vates.
Otra golpiza, que tuvo los efectos de un terremoto devastador, ocurrió cuando -infeliz de mí!- le comuniqué entusiasmado que me había matriculado en una academia de teatro. Una soberana paliza me convenció, con argumentos sólidos y contundentes, que no había nacido para los aplausos del público culto y exigente.
Otra zurra feroz me acometió como un huracán endemoniado cuando tenté el género epistolar, estimulado por las turbulencias románticas de mi febril adolescencia. La apasionada carta, escrita en una noche de insomnio y de suspiros cayó en manos del enemigo por la vil traición de un primo rival que, ¡gracias a Dios!, aún escribe con faltas de ortografía. El hecho es que subí contrito y cabizbajo al cadalso a recibir la pena máxima: cuarentaitantos latigazos que me hicieron hervir la sangre no precisamente de pasión. En el Código Penal de mi padre estaba claramente estipulado que mis catorce años no eran edad suficiente para aventurarme en los lances de Cupido. Y, aunque esa vez Marte venció a Venus, no fue para siempre. Pero la historia perdió un Casanova nato, cuyas aventuras hubieran sido la delicia de generaciones.
Y así, entre tanda y tanda, iba pasando la vida entre el terror y la zozobra, porque, por alguna falla cósmica, yo tenía la cabeza muy dura: no podía enmendar los errores que me hacían acreedor a esos contundentes premios en la desdichada rifa de mi necia fortuna.
Mi padre era, evidentemente de la escuela antigua. Alguna vez le oí decir que la letra con sangre entra. Quizá ese haya sido el motivo por el que aprendí a leer en un santiamén a muy temprana edad. Otro de sus postulados era la lacónica ley taliónica: «El que a hierro mata a hierro muere», que me aplicaba generalmente cuando pegaba a mis hermanos. Pero lo que realmente distinguía a mi padre de otros padres castigadores y severos era su exquisito sentido de la prevención del delito: a veces pegaba por adelantado, por lo que pudiera hacer cuando él se ausentaba.
Muchos años después de estos cataclismos, y contento de haber sobrevivido, veo en lontananza con cierta ternura lo que antes vi con terror: el estricto cumplimiento del deber de un padre aferrado a sus circunstancias y a su tiempo. Menos mal que no tengo hijos en quienes practicar esa rígida y efectiva disciplina felizmente en vías de extinción.
Ejemplo de crónica literaria:
Era el viernes 14 de junio del 2013, Pedro se levantó como todos los días a las 5:30 de la mañana y se preparaba para ir a trabajar.
Siguió su rutina de costumbre, bañarse, lavarse los dientes, vestirse y salir en su auto rumbo al trabajo, que por cuestiones del tráfico hacía más de dos horas para llegar, así que saliendo a las 6:30 apenas y llegaba a buena hora.
Lucia, una joven estudiante de comunicaciones se levantó a las 6:30 de la mañana para ir a la escuela, ese día tenía un examen final por lo que estaba algo preocupada, a pesar de haberse preparado para presentarlo sin problemas, sabía que su profesor era muy exigente y eso la ponía nerviosa.
Esa fue una mañana lluviosa lo que hacía el tráfico más intenso y los encharcamientos más abundantes; eran alrededor de las 7:50, Lucía estaba esperando el camión cuando Pedro, apurado por el retraso que llevaba, pasó por un encharcamiento mojando a Lucía de pies a cabeza. Cuando Pedro se dio cuenta del accidente que había causado se detuvo y fue de inmediato a ver si ella estaba bien, sin saber que en pocos segundos conocería a quien sería su compañera por el resto de su vida.
URL del artículo: http://www.ejemplode.com/41-literatura/3228-ejemplo_de_cronica_literaria.html
Leer completo: Crónica Literaria
La crónica periodística
Es el género de prensa más difícil de todos, ya que pertenece a un ambiguo territorio que se encuentra entre el reportaje, la noticia y la opinión, pues informa y analiza al mismo tiempo. La crónica es, por tanto, una noticia ampliada; además de los hechos, en ella se incluye la interpretación y valoración del cronista:
- Analiza los hechos con cierto detalle.
- Trata de presentarlos de forma amena y original, como algo vivido.
- Busca los aspectos humanos de la cuestión, las anécdotas significativas, los perfiles que atraigan al lector.
Su misión es dar una información especial que no encontraremos en las noticias de agencia o en los comunicados de los gobiernos, e interpretar lo que eso significa para el entorno que analiza. La crónica exige la presencia en directo y, por tanto, el periódico desplaza a un corresponsal para que ofrezca a los lectores la noticia en caliente.
Parte esencial de la crónica es la interpretación de los acontecimientos por parte del periodista, la cual debe estar siempre justificada con hechos y bajo ningún concepto puede expresar una opinión desnuda (pertenecería, entonces, al género de la opinión). Sin embargo, el yo del periodista está muy presente, tiene lectores fieles que se fían de él como testigo directo de los hechos. El periodista, además, posee un estilo propio, una especie de marca que lo distingue y muchas veces actúa como personaje de la historia que cuenta, y entreteje sus vivencias con la información y el análisis de los hechos.
La crónica suele tener que ver con el tiempo: un festival de cine o de teatro requiere un seguimiento periódico; suele ir ilustrada con fotografías y su lenguaje es más elaborado, pudiendo aparecer cultismos y tecnicismos según la temática que aborde.
Se diferencia del reportaje en que éste no admite el comentario y en él predomina el relato escueto de los hechos. En la crónica, en cambio, se juzga lo narrado y no es necesario ofrecer al lector todos los datos sino sólo aquellos que el periodista considera de interés.
Se diferencia del artículo en que éste no ofrece información, sino sólo el comentario de los hechos. La crónica, en cambio, no puede prescindir de los hechos noticiosos.
Su estructura presenta los siguientes apartados:
- Antetítulo.
- Un título con un contenido claro que transmita credibilidad.
- Un cuerpo donde se sintetice el motivo de la crónica y se vayan aportando más datos. Su estructura es más libre que en la noticia.
Por último, la crónica ofrece la siguiente tipología:
- Las que tienen como objetivo un lugar: corresponsales y enviados especiales envían sus textos contando lo que ocurre en un determinado lugar:
- Crónica nacional: suele recoger acontecimientos de índole política, social o económica.
- Crónica local: presenta los acontecimientos ocurridos en una localidad, ya sea un pueblo o una ciudad.
- Crónica del extranjero: presenta las noticias enviadas por los corresponsales en el extranjero.
- Las crónicas especializadas. Tienen como objetivo un tema: crónica deportiva, taurina, de sucesos, parlamentaria... Informan acerca de un suceso que se desarrolla en el tiempo, y por lo tanto requiere un seguimiento periódico. Están elaboradas por periodistas especializados en materias determinadas porque su redacción requiere una vasta cultura y un amplio vocabulario específico. La diferencia fundamental con respecto a las demás crónicas es que en ella se vierten con frecuencia opiniones desnudas.
EJEMPLO
La crónica: un periodismo hijo de la novela
El investigador Eduardo Márceles Daconte hace un recorrido por 49 años de periodismo narrativo.
Fue la época de la guerra en Vietnam y el primer viaje a la Luna. Se discutía sobre una real o supuesta brecha generacional que impulsaba a muchos adolescentes, y aun a personas de más edad, a rechazar el modo de vida capitalista, lanzándose a la militancia política de izquierda (fresco todavía el seminal ejemplo de la Revolución cubana), o a salirse (drop-out) de la comunidad tradicional, marginándose en núcleos aislados, ya fuesen comunas rurales o urbanas que cuestionaban el establecimiento familiar, político y económico.
Fueron estos jipis, que adoptaron estrafalarios estilos de vida en el vestir, el sexo y en sus relaciones interpersonales, quienes se arriesgaron a explorar los laberintos de la mente con las drogas alucinógenas o estimulantes.
Se incubó entonces el germen de la liberación femenina y se intensificó la lucha de los afroamericanos por sus derechos civiles, todo con un provocativo trasfondo de música rock interpretada por los Beatles o los Rolling Stones.
Sin embargo, no existe el novelista que haya captado esta década tormentosa de la misma manera que los grandes narradores realistas de la Europa del siglo XIX, que a la vez fueron cronistas de su época.
Fue entonces cuando surgió el nuevo periodismo o periodismo narrativo, que tanta influencia ha ejercido en su lugar de origen, como también en el resto del mundo, y que ha dejado una profunda huella en Colombia.
Se ha situado la génesis del periodismo narrativo en el libro A sangre fría, de Truman Capote, quien bautizó el género como novela de no ficción, pues era la historia narrada en forma de novela, pero basada en hechos reales de reciente factura que podían comprobarse fácilmente en la prensa. “Un libro –según definición del mismo Capote– con la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura de la prosa y la precisión de la poesía”.
La historia, que trataba de la vida y muerte de dos pandilleros que asesinaron y robaron a una familia de granjeros acomodados de Kansas, apareció por primera vez en forma seriada en la revista The New Yorker, en otoño de 1965. Luego en forma de libro, unos años después.
Esta primera novela de no ficción marca el inicio de un género que no es del todo conocido por los lectores de América Latina, aunque aquí en Colombia ha tenido cultores en las últimas cuatro décadas.
Capote entrevistó en forma minuciosa a los criminales en la cárcel hasta obtener una visión completa de las circunstancias que rodearon el crimen. La investigación duró cinco años, en los cuales el autor viajó al lugar de los acontecimientos, tomó nota del ambiente y conversó con los vecinos de la familia asesinada, hasta transformar todo el material, desdeñando el estilo de la crónica periodística en primera persona, y narrando en tercera persona, como una cámara que sigue los pasos de los criminales y de la familia, hasta el fatal desenlace.
Sin proponérselo, Capote había descubierto un filón inagotable de posibilidades para la literatura en un momento crucial en que la novela norteamericana y europea atravesaban un período de pobreza conceptual y temática.
Antes de Capote ya se había experimentado con artículos y crónicas narrados en tercera persona sobre sucesos reales que se leían como cuentos o relatos literarios, incorporando diálogos, describiendo la ambientación y recurriendo al artificio literario para estimular la imaginación y los sentimientos del lector.
Se intenta así recuperar su interés en momentos en que se compite con otros medios masivos de comunicación, como la televisión, el cine, la radio, el internet y otros estímulos externos.
Los periodistas comenzaron por descartar el artículo, la crónica o el reportaje tradicional en primera persona –práctica que limita el relato a un solo punto de vista– y tornaron a involucrar diversos puntos de vista, empezando muchas veces con un diálogo o una descripción en tercera persona y pasando en el transcurso del escrito a la primera persona o al narrador colectivo, imitando en ocasiones el estilo coloquial del entrevistado e involucrando el ambiente en el cual se desarrolla la escena para dar un marco referencial.
También se comenzó a utilizar el monólogo interior, enfatizando el manejo o la ausencia de los signos de puntuación, exagerando a veces con ellos la emotividad del suceso con profusión de interjecciones.
Asimismo, se introdujeron palabras sin sentido, onomatopéyicas, pleonasmos, y se altera la tipografía convencional echando mano a signos desusados, letras en cursiva, subrayados y mayúsculas.
Al tiempo que estos escritores-periodistas incursionaban en una estructura innovadora para trasmitir sus conceptos, sus ideas y sus hallazgos, fue evidente que la investigación del tema o del sujeto exigía más tiempo y mayor dedicación.
Porque tal actitud demanda conocer no solo las circunstancias objetivas, sino también las emociones, intereses y opiniones del sujeto sobre quien se escribe, para así incorporar estos aspectos a la narración sin pecar del subjetivismo.
Se convive muchas veces con la persona o en la comunidad durante largos períodos para captarlos en su dimensión humana totalizadora, como pudiera hacerlo un antropólogo o un sociólogo. CONTINUAR LEYENDO........http://www.eltiempo.com/entretenimiento/musica-y-libros/la-cronica-un-periodismo-hijo-de-la-novela/15136277
Se convive muchas veces con la persona o en la comunidad durante largos períodos para captarlos en su dimensión humana totalizadora, como pudiera hacerlo un antropólogo o un sociólogo. CONTINUAR LEYENDO........http://www.eltiempo.com/entretenimiento/musica-y-libros/la-cronica-un-periodismo-hijo-de-la-novela/15136277
EXCELENTE , muchas gracias
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